VICTORIA VÍLCHEZ «Escena extra Cam y Raven»
Suspiré antes de girarme hacia la puerta. Ni siquiera comprendía del todo cómo era capaz de saber que era él quien estaba ahí, pero lo sabía. Lo sentía, joder.
—Vete.
La cabeza del lobo negro se inclinó hacia un lado y sus orejas se elevaron. Raven era sordo, pero Danielle me había contado que, en su forma animal, era capaz de percibir ciertas vibraciones y sonidos. Fuera como fuese, estaba seguro de que me había leído los labios. Aun así, no se movió. Debería haberme asegurado de que la puerta de mi dormitorio se cerraba del todo después de entrar.
Raven y yo nos habíamos conocido en la casa de mi tía Letty y no habíamos empezado con muy buen pie. Yo lo había atacado, aunque en mi defensa diré que no tenía ni idea de quién era en realidad. ¿La verdad? De haberlo sabido hubiera actuado exactamente igual; no era a los Ravenswood a quienes había estado esperando. La cuestión era que, incluso así, el tipo se había pegado a mí noche y día desde entonces. Por mucho que Danielle hablara de él como si fuera un puñetero ángel en la tierra, yo hubiera dicho que más bien se trataba de un ángel… caído. Era arrogante y se comportaba como un idiota aún más grande que yo, lo cual no sabía muy bien cómo empezar a encajar. También me provocaba una serie de emociones a las que, por algún motivo, no quería acercarme ni con un palo de tres metros.
—Vete. ¡Vamos! —exclamé, pero todo lo que obtuve fue uno de sus agudos ladridos—. Lárgate ya, quiero quitarme de una vez este dichoso uniforme y cambiarme.
Se sentó sobre los cuartos traseros y juro que sus labios se estiraron en una mueca muy similar a una sonrisa. ¿Se estaba riendo de mí?
Capullo.
—O te largas, o cambias para poder insultarte cara a… —No había terminado de hablar cuando el aire comenzó a impregnarse de un intenso aroma azucarado y frente a mí apareció el mismísimo Raven Ravenswood. Puse los ojos en blanco—. ¿En serio? ¿No podías invocar un poco más de ropa? Ponte una puta camiseta, joder.
Le lancé una de las mías, seguramente sucia, pero me daba igual. Solo quería que se tapase. No tenía ninguna necesidad de ver toda esa piel desnuda ni los músculos, y mucho menos las magníficas hendiduras a los lados de las caderas que descendían directas hacia su…
Raven pilló la camiseta al vuelo, pero no hizo ademán alguno de ceder a mis exigencias.
—¿Qué pasa? ¿Te molesta? ¿O es que te pone nervioso? —preguntó, mientras su mano descendía por su pecho hasta posarse en unos magníficos abdominales.
Me daba igual lo que dijese Danielle sobre los gemelos; Raven era, para mí, el gemelo malvado. Aun así, fingí que no me afectaba en absoluto la cantidad de piel expuesta.
—Ya te gustaría.
Sonrió.
—Oh, sí, me gustaría mucho. Muchísimo —admitió con una naturalidad que lo hizo todo aún peor.
Esa era mi línea normalmente en este tipo de conversaciones, así que ¿por qué era él el listillo bocazas y seguro de sí mismo? Aquello tenía que acabarse de una vez.
—Lárgate.
—No quieres que me vaya.
Crucé los brazos y traté de no pensar en si tenía razón.
—Te lo estoy pidiendo.
—Me lo estás ordenando más bien —señaló, dando un paso hacia mí.
Los músculos de su abdomen se contrajeron de una manera que me hizo tragar saliva. Tuve que obligarme a levantar la vista hasta su rostro y dejar mis ojos ahí. ¿Hacía más calor o era solo cosa mía?
Me tiré del cuello de la camisa sin ser siquiera consciente de ello, demasiado pendiente de sus movimientos.
—¿Te irás si te lo pido amablemente?
—No.
Otro paso. ¿Por qué se acercaba? ¿Y por qué estaba yo retrocediendo al mismo ritmo? Dejé de moverme, pero él avanzó un poco más. Lo tenía casi encima. Dios, qué bien olía. Era
como entrar en una de esas tiendas en las que venden chucherías a granel. Por desgracia, si había algo por lo que sentía debilidad, era por el dulce; el azúcar era mi droga favorita, de ahí que Danielle y yo asaltásemos las cocinas de Abbot a menudo para birlar pasteles y otras delicias.
—Raven… —le advertí, pero el muy idiota se limitó a continuar sonriendo.
Estaba bastante seguro de que los familiares de Alexander no se comían a la gente ni siquiera cuando estaban en sus formas animales, pero en ese instante Raven me observaba como si pretendiera darse un festín conmigo y no supiera muy bien por dónde empezar a devorarme.
—Cam… —replicó él, burlón.
Su mano se movió entonces y sus dedos recorrieron con suavidad mi mandíbula. Se me erizó hasta el último pelo del cuerpo y me estremecí de tal manera que tuvo que darse cuenta. Su cabeza volvió a inclinarse hacia un lado de esa forma tan característica mientras sus ojos rastreaban mi expresión, como si estuviese valorando lo que haría a continuación. Pero mantener la intensidad de la mirada de Raven Ravenswood requería de mucha voluntad y una buena dosis de confianza, y yo en ese momento carecía de ambas cosas.
—Eres muy bonito —farfulló entre dientes.
No estaba seguro de que fuera más que un pensamiento en voz alta y, desde luego, no recordaba que nadie se hubiera referido a mí jamás como «bonito», pero el halago me aceleró aún más el pulso.
—Rav —le advertí una vez más, y mi voz adquirió un tono suplicante aunque no tenía ni idea de por qué estaba rogando exactamente.
Sus ojos cayeron hasta mis labios y sus dedos encontraron el camino hacia mi cuello, para finalmente deslizarse por mi nuca y terminar enredados entre los mechones de mi pelo. Jadeé sin poder evitarlo. Por mucho que tratara de convencerme de que tenía que calmarme, mi cuerpo iba por libre. Así que yo también miré sus labios, y él eligió justo ese instante para lamerse el inferior con la punta de la lengua.
Se me escapó una maldición y, cuando quise darme cuenta, uno de los dos —o los dos— había avanzado hacia el otro y estábamos pecho contra pecho; su boca a un suspiro de distancia, entreabierta, provocándome.
—Tienes que irte.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Lo que quieres de verdad? —me interrogó, mientras jugaba a arañarme el cuero cabelludo con las uñas.
Un nuevo escalofrío recorrió mi columna de arriba abajo cuando ancló la otra mano en mi cadera y tiro de mí. Y lo sentí. Sentí todo de él, absolutamente todo. Se me secó la garganta y el aire de la habitación se esfumó de golpe. Creo que hasta me mareé. Raven normalmente me sacaba de quicio, pero ahora estaba aturdido; perdido y, a la vez, ansioso.
Estaba… jodido.
—Rav, no…
—Me iré si vuelves a decirme que no —me cortó, aunque yo ni siquiera supiese lo que había pensado decirle—. Pero preferiría quedarme y…
Tragué saliva una vez más. Sentía el suave toque de sus dedos entre los mechones de mi pelo; la presión de su otra mano en la cadera; el ritmo al que se elevaba su pecho y se apretaba contra el mío. Su aliento cálido se colaba entre mis labios y se mezclaba con el escaso aire que yo conseguía expulsar de mis pulmones. Y su excitación, a juego con la mía propia.
—¿Y?
Su boca se curvó ligeramente y buscó mis ojos, y el fuego que advertí en los suyos amenazó con aflojarme las putas rodillas. No recordaba que nadie me hubiera mirado así. Nunca.
—Y… —continuó, bajando la voz hasta que se convirtió en un susurro ronco— besarte.
Perdí el aliento, y no me fue mejor cuando él volvió a deslizar la yema de los dedos por mi barbilla, hasta alcanzar mis labios. De nuevo, el roce fue deliciosamente sutil, y aun así me encontré vibrando de pies a cabeza.
—Me gustas —soltó entonces, y mi estómago se sacudió en respuesta a la honestidad que reflejaba su tono—. Me gustas mucho, Cameron Hubbard.
Pensé en decirle que él a mí no, pero sabía que eso era mentira. Y no quería arriesgarme a rechazarlo otra vez y que cumpliera su palabra y se largara. Porque, me pusiese de los nervios o no, la verdad era que en aquel momento no deseaba que se fuese.
Se inclinó un poco más, muy despacio y sin apartar los ojos de los míos, y nuestras bocas se rozaron. Hice un ruidito con la garganta que él no debería haber podido detectar de ninguna forma, pero me pareció que la curva de sus labios se acentuaba. ¡Por Dios! ¡¿Qué demonios me pasaba?! ¡Ni siquiera nos estábamos besando!
Los siguientes segundos transcurrieron con una lentitud tortuosa. Raven no hizo nada por terminar de eliminar la distancia entre nuestras bocas y yo estaba allí… atontado. Esperando. Observándolo. Y también preguntándome si era normal que el corazón me estuviera golpeando las costillas como si desease salírseme del pecho. Pero después de lo que me parecieron horas, él seguía sin moverse. Y, tras uno o dos siglos, finalmente dio un paso atrás y se alejó. Eché de menos el calor de su cuerpo de inmediato.
—¿Qué haces?
Se encogió de hombros y me dio la sensación de que la piel de su cuello enrojecía.
—No sé.
Sí, definitivamente se estaba sonrojando.
Me quedé mirándolo, perplejo. No era posible que, después de estar rondándome durante días, después de decirme un momento antes que iba a besarme, de repente se estuviese echando atrás.
—¿Me estás tomando el pelo?
Otro encogimiento de hombros y un nuevo destello de esa timidez de la que Danielle me había hablado afloró a su mirada celeste. Y por alguna extraña razón, eso me hizo sonreír como un imbécil. A lo mejor el lobo negro no era tan feroz como había querido hacerme creer. Tal vez, ahora que tenía al alcance de la mano lo que tanto había deseado, no sabía qué demonios hacer conmigo.
—¿Te pongo nervioso? —inquirí, valiéndome de sus mismas palabras, mientras cerraba la distancia que había interpuesto entre nosotros.
Esta vez fue mi mano la que trazó la curva de su mandíbula, y no pude evitar sonreír aún más al percibir que se le erizaba la piel bajo mis dedos.
—¿Vas a besarme tú? —preguntó entonces, y sonó tan inseguro que apenas si se parecía en nada al chico que había conocido hasta ese momento.
—¿Quieres que lo haga?
Raven asintió y nos quedamos mirándonos, sin decir nada, tan cerca como lo habíamos estado poco antes. Y cuando, nervioso, él se mordisqueó el labio inferior, supe que no había manera de que no fuese yo quien hiciera eso mismo si me lo permitía.
—Joder —murmuré, justo antes de agarrarlo de la nuca y tirar de él para acercarlo.
Los brazos de Raven me rodearon y nos encontramos a mitad de camino. La dulzura deliciosa de sus labios no fue nada en comparación con la que me cubrió la lengua cuando él exhaló un gemido y la colé en su interior. Su sabor explotó en mi boca, exquisito. Cálido. Empujé con la mano para obligarlo a ladear la cabeza y poder profundizar en el beso. Mierda, quería más. Necesitaba más. Me sentía como si hubiese estado muriéndome de hambre durante años y solo ahora fuese consciente de ello. Como si fuera a morir asfixiado si no era él quien insuflaba aire en mis pulmones.
Nuestras lenguas se enredaron. Mordisqueé su labio tal y como había deseado hacer y me tragué los suaves gruñidos que escaparon de su garganta. Sus manos descendieron por mi espalda para tirar del faldón de mi camisa y sacármela del pantalón, y luego volvieron a ascender por debajo de la tela. La piel me ardió de tal modo que terminé empujándolo, pero no para alejarlo, sino para llevarlo hasta la pared.
—Me gustas —volvió a decir, con el aliento entrecortado.
Yo reí contra su boca y presioné todo mi cuerpo contra el suyo; nuestras caderas se alinearon en los puntos exactos.
—Me he dado cuenta.
Elevó la barbilla, como si necesitase tomar aire y estuviera teniendo la misma suerte que yo en ese aspecto, así que aproveché para deslizar la boca por su cuello y dejar allí un rastro de besos y pequeños mordiscos.
—No sé qué hacer —dijo, titubeante, pero no dejó de apretarme contra su cuerpo.
—Tócame, joder. No pares de tocarme.
Le había dicho a Danielle que Raven no me gustaba, lo había negado incluso cuando sabía que mis ojos lo buscaban todo el tiempo y que me sentía aún más irritado cuando no estaba presente que cuando me perseguía por los pasillos. Pero allí, apretado contra sus músculos tensos, besándolo y sintiéndolo por todo el cuerpo… Joder, no podía negar lo mucho que me atraía.
Me separé lo justo para sacarme la camisa por la cabeza sin desabrocharme siquiera los botones; no tenía paciencia para ello. No quería esperar ni un segundo para sentir su piel caliente contra la mía. Y a pesar de la urgencia de ese deseo, de que era más que una necesidad, me detuve en el acto cuando Raven susurró:
—No he hecho esto nunca.
—¿Qué? —No podía haberlo escuchado bien. O quizá no se estaba refiriendo a lo que yo creía. Raven Ravenswood tenía más de tres siglos de antigüedad; no había manera en el mundo de que fuera… virgen.
Me separé un poco para contemplar su rostro, su precioso rostro. Porque si había algo que se podía decir de Raven es que era bonito. El pensamiento me distrajo durante unos segundos; era justo lo que él había dicho de mí, que era bonito, y sentí deseos de reírme porque ese tampoco era un pensamiento que yo hubiera tenido antes sobre nadie. Pero entonces descubrí el rubor que había inundado sus mejillas, su mirada ansiosa y ¿avergonzada?, y la expresión vulnerable. No había rastro ya del tipo arrogante y pagado de sí mismo que me había estado persiguiendo a todas horas por Abbot.
«Mierda», fue todo lo que pude pensar. Rav estaba hablando en serio. De verdad no había estado con nadie en más de trescientos años. Espera… quizás solo se refería a que no había hecho aquello nunca con un chico. Tenía que ser eso, ¿no?
—¿Tú no…? —empecé a preguntar, pero me obligué a detenerme y suavizar la sorpresa que trasmitía mi tono de voz; no quería ser un imbécil y hacerle sentir como un bicho raro—. ¿No has estado nunca con un chico?
El tono de la piel de su rostro se volvió de un rojo aún más furioso al tiempo que negaba con la cabeza, pero luego abrió la boca y soltó:
—En realidad, no he estado con nadie.
Bajó la mirada, y yo me quedé tan atrapado en mis propios pensamientos mientras asumía su confesión que no fui capaz de decir nada. El silencio se mantuvo durante lo que debieron ser varios minutos; ninguno de los dos se movió, y tampoco estaba muy seguro de que estuviésemos respirando. Hasta que Raven hizo una especie de ruidito triste con la garganta y se apartó de mí. Sin mirarme, se dirigió a la puerta de la habitación. Ni siquiera entonces atiné a reaccionar, lo cual probablemente me convertía en un completo capullo. Pero no me di cuenta de que me estaba comportando como un idiota hasta que aferró el pomo de la puerta y murmuró:
—Lo siento.
Dios, ¿de verdad se estaba disculpando por no tener experiencia? Quizás necesitaba hacerlo por haberme estado persiguiendo desde el momento en que nos habíamos conocido, pero no por aquello… Joder, nunca por algo así.
Salí disparado y lo agarré de la muñeca para detenerlo.
—Ey, espera —le pedí, pero mantuvo la vista clavada en el suelo, por lo que no podía haberme escuchado. Así que pasé dos dedos bajo su barbilla y lo obligué a mirarme—. No tienes que pedir perdón, Rav, y no haber estado nunca con alguien no es algo de lo que tengas que avergonzarte. No pasa nada.
Parpadeó varias veces. Luego, sus ojos descendieron brevemente hasta mis labios. Cuando nuestras miradas se encontraron de nuevo, la suya desprendía calidez y algo tan similar a la esperanza que no pude evitar sentirme conmovido. Deslicé la mano por su cuello y la coloqué sobre su nuca, aunque procuré ser mucho más delicado de lo que lo había sido hasta entonces.
—Podemos ir despacio, ¿vale? —susurré.
En teoría, no había razón alguna para hablarle tan bajito, el volumen de mi voz ni siquiera era algo que él fuera a detectar, pero me daba la sensación de que, si era demasiado brusco con él, saldría corriendo. Y lo último que deseaba en ese momento era que se marchase.
—Todo lo despacio que necesites —agregué, y él asintió aún con las mejillas teñidas de un profundo rubor—. ¿Qué tal si te beso de nuevo?
Una dulce sonrisita asomó a sus labios y volvió a asentir con la cabeza con un entusiasmo que no debería haberme parecido tan adorable tratándose de él. No estaba seguro de qué Raven me gustaba más, si el idiota que no quería perderme de vista o este que se mostraba tímido e incluso tierno. Ambos, seguramente.
—Me ha gustado.
—¿Qué?
—El beso. Antes. Me ha gustado mucho —aseguró, y fue mi turno para brindarle una sonrisa, aunque la mía resultó un poco más provocadora.
Lo hice girar un poco hasta que su espalda quedó contra la puerta. Su respiración tropezó y a mí se me aceleró el pulso de tal manera que bien podría haber sido yo el que estuviera experimentando todo aquello por primera vez. Casi se sentía así. Como algo nuevo. Algo extraño pero precioso. Algo mucho más dulce de lo que jamás hubiera vivido.
—Podemos parar cuando quieras. Solo dilo.
—No creo que quiera parar —murmuró, y no pude evitar echarme a reír.
Y tal vez yo estuviera siendo demasiado cuidadoso con él ahora, porque al instante siguiente la mano de Raven estaba en mi nuca y sus labios contra los míos. Su lengua se deslizó en el interior de mi boca y tiró de mí hasta que terminé pegado a él de pies a cabeza. Tenía la piel caliente, olía a puro azúcar y, aunque me había dicho a mí mismo que tenía que ir despacio, mis manos se movieron por sí solas por su pecho, sus costados y su estómago.
Él reaccionó a mis caricias adelantando las caderas, y su erección presionó contra la mía en un movimiento que estuvo a punto de arrasar con la escasa cordura que me quedaba. Raven podía ser inexperto, mostrarse dulce e inseguro a ratos, o comportarse de forma descarada y lanzarse de cabeza al desastre al siguiente, pero yo necesitaba asegurarme de que estaba bien y no iba a arrepentirse de nada de lo que pasara entre nosotros, incluso si la manera insistente en la que estaba frotándose contra mí no dejaba mucho lugar a dudas.
Sujeté su cara entre ambas manos y me las arreglé para retroceder un poco a pesar de que, al retirarme, Raven persiguió mi boca unos segundos más antes de darse cuenta de que me estaba apartando.
—Espera, espera, espera.
Me miró con los ojos muy abiertos, los labios hinchados y una adorable expresión de confusión que me hizo desear lanzar toda la sensatez por la ventana.
—¿Tú… no quieres… follarme?
Se me escapó un gemido que sonó a pura tortura, pero me obligué a mantenerme firme. La alternativa era arrancarle los putos pantalones, empujarlo hasta la cama y no dejarlo salir de allí hasta que alguien llamase a la puerta para avisarnos de que el mundo se estaba yendo a la mierda; lo cual, tal y como estaban las cosas, era posible que sucediera en algún momento cercano. Pero no iba a apresurar nada de aquello. Haríamos las cosas bien. Necesitaba hacer las cosas bien. Que fuera bueno para él…
La realidad de la situación me golpeó en ese momento: Raven era un Ravenswood y, por tanto, un brujo oscuro, y nada menos que un familiar. Un brujo oscuro y maldito miembro del linaje más poderoso que hubiera sido existido nunca. Y allí estaba yo, preocupado por darle una buena primera experiencia sexual justo cuando todo nuestro mundo amenazaba con romperse de formas que jamás hubiésemos podido prever.
A mi padre iba a darle un ataque.
—¿Cam? ¿Tú no quieres…? —Coloqué dos dedos sobre su boca para evitar que continuase hablando; si me pedía de nuevo que lo follase, no creía poder resistirme.
—Vamos a ir con calma, ¿vale? —insistí, y era posible que estuviese tratando de convencerme más a mí mismo que a él.
Me brindó otro gesto de asentimiento y luego lamió con absoluto descaro los dedos con los que lo había silenciado. La sonrisa que me dedicó a continuación no tuvo nada de tímida, y casi pude ver al lobo que habitaba en él asomarse a su mirada.
Dios, iba a volverme loco.
Uní nuestras frentes e inspiré, buscando un poco de calma, aunque solo conseguí que su exquisito aroma inundara mis pulmones.
—Eres… Eres… —Ni siquiera sabía cómo terminar la frase.
Raven Ravenswood resultaba exasperante la mayor parte del tiempo, pero en ese momento me estaba mirando con aquellos dos enormes ojos azules que aunaban ternura y descaro, luz y oscuridad, y un montón más de emociones que yo no…
—Eres una puta locura —solté finalmente, y luego cedí y lo besé de nuevo.
Recibió el asalto de mi boca con un gemido. Sus manos volaron hasta mis caderas y me clavó las uñas en la carne. Y yo no solo tuve que repetirme una y otra vez que teníamos que ir despacio, sino también convencer a mi cuerpo de ello; sobre todo, cuando Raven me agarró el culo y me apretó aún más contra su cuerpo. Entonces fui yo el que gemí. La cabeza me daba vueltas y empezaba a pensar que su olor era alguna clase de droga, porque no era normal lo mucho que lo deseaba cuando apenas unos minutos antes había estado intentando echarlo de mi dormitorio.
Ahora, en cambio, lo quería allí conmigo.
Me aferré a la cinturilla de su pantalón justo en el momento en el que alguien golpeó la puerta a su espalda. Raven debió de percibir la vibración de la madera contra su cuerpo, porque se detuvo a pesar de que yo decidí que ignoraría a quien fuera que estaba llamando y continuaría besándolo.
Raven ladeó la cabeza, como si estuviera agudizando el oído para escuchar cualquier movimiento en el pasillo, y la madera retumbó de nuevo.
—¿Cameron? Soy Sebastian.
—Lárgate. Estoy ocupado.
Raven frunció el ceño al leer la respuesta en mis labios.
—Necesito que Raven y tú salgáis y me ayudéis a buscar a Danielle.
Solté una maldición y dejé caer la frente contra el hombro de Raven. ¿En serio no podía el Ibis dar con ella sin ayuda? Se suponía que era su sombra desde que mi amiga había regresado a la academia y, por muy grande que fuese Abbot, estaba seguro de que no tardaría tanto en encontrarla. Además, ¿cómo demonios sabía el tipo que Raven estaba conmigo?
—¿Qué pasa? —preguntó él.
Levanté la vista y le expliqué que Sebastian estaba buscando a Danielle. El Ibis debió de perder la paciencia al escucharnos murmurar, porque volvió a aporrear la madera.
—Salid ya.
—¿Se está acabando el mundo? Porque, si no es así, creo que vamos a pasar —repliqué, y Rav soltó un risita.
El sonido me hizo odiar aún más al Ibis; sobre todo, porque Raven lo acompañó de una caricia a lo largo de toda mi espalda. Ignoré el resoplido exasperado que llegó desde el pasillo.
—Salid. Ahora —exigió Sebastian de nuevo, y luego agregó—: El mundo aún no se ha acabado, pero el consejo ha decidido que van a juzgar a Danielle.
Toda la diversión se esfumó de golpe. Me separé de Raven y este debió presentir que algo malo pasaba, porque enseguida se apartó de la puerta y la abrió de un tirón. Se quedó mirando al Ibis con el ceño fruncido y me vi obligado a transmitirle lo que estaba ocurriendo. Un instante después, Raven se había convertido en un enorme lobo negro y corría ya por el pasillo.
—Pinta mal. —Fue todo lo que me dijo Sebastian.
Ni perdí tiempo contestándole. Recogí mi camisa del suelo y salí corriendo tras Raven. Daba igual la amenaza que pesara sobre nuestro mundo, con profecía o sin ella, el consejo blanco no vería jamás con buenos ojos el hecho de que Danielle hubiera estado relacionándose con brujos oscuros y que los hubiera traído a Abbot.
Y lo que quiera que saliera de aquel juicio era posible que cambiara no solo el destino de mi mejor amiga, sino también el de todo nosotros.